Porque ser mamá da mucho de qué hablar

martes, 28 de julio de 2015

Estoy siendo madre y quisiera que me quisieras así


Hoy hablo desde el papel de madre primeriza (a pesar de que ya llevo casi un año "practicando"), hoy hablo desde la mujer que fui y a la que me refiero en pasado porque hoy se encuentra diferente, recargada, mejorada y sí, también agotada, tensa, angustiada por una gripe, buscando espacios para cortarse las uñas, para escribir esto, para trabajar y tener ese sentido de logro que todos los seres humanos necesitamos.


Y hablo desde ahí porque es la única forma de expresar mi tristeza...la tristeza que tengo por no saber explicar a las personas que quiero desde antes de ser mamá lo difícil que me es compaginarlo todo, verlas, abrazarlas, comer con ellas, platicar por horas...

Si tú eres de ese grupo, de ésas que son mis personas favoritas y lo sabes (porque lo sabes), por fa no te alejes, no te ofendas, no pienses que no quiero, que soy ingrata, que te malgasto...

Ahora he decidido estar con ella, con mi hija, dedicarme a cuidarle los resfriados, dormirla plácidamente en mi pecho, y lo he decidido con todo mi corazón y con toda la alegría contenida por el deseo de ser mamá que, tú sabes, había guardado por años.

No quiero mandar mensajes privados explicando, no quiero tener que decirte que te quiero todos los días, no quiero pedirte perdón por contestar siempre tarde, por no estar pendiente del teléfono móvil. Creo que no tengo que pedirlo, creo que, siendo tal vez un poco egoísta, lo único que espero es que tú me digas que ahí sigues (como sigo yo para ti), que sabes que estoy criando y que, aún en este caos, no me rechazas ni me juzgas.

Quisiera explicarte que, muchas veces, cuando hablamos, tengo que salir corriendo a limpiar un moquito, a rescatar a mi bebé de tragarse un dulce, a dar una medicina, a cambiar un pañal batido, a atender un llanto que me exige y que no me permite posponerlo. Sé que algunas de esas veces me dices "no hay problema" y el reclamo se atora en tu garganta; sé que me estabas contando sobre ese nuevo trabajo, galán, logro...y parece que yo no quise escucharte y te cambié por un pañal lleno de popó.

Hoy escribo esto para ti y para mí, porque estoy triste, porque a veces me siento ingrata, porque lo quiero todo, porque también te extraño, porque quiero compartirte esto que siento ahora, porque quiero abrazarte y llorar a veces, reír otras...porque no te olvido, porque me dueles y quiero conservarte ahora y siempre. Porque quiero saber siempre de ti, aunque en este preciso momento haya tomado una decisión que nos deja un poco alejados...

Estoy siendo madre y quisiera que me quisieras así.

viernes, 19 de junio de 2015

¡Anímate a lactar!

Te voy a ser sincera completamente: para mí lograr lactar a mi bebé (hoy de 10.5 meses) ha sido una de las tareas más demandantes y por momentos frustrante que he pasado en mi vida. Tuve una cesárea, separaron a mi beba de mí más de 18 horas y, para cuando la pegué a mi pecho, la pequeña tenía el estómago tan lleno de fórmula, que apenas y pudo medio abrir los ojos.

Fui necia (ésa creo que es la palabra correcta) en mi deseo de lactarla, a pesar de que un mes después de que nació fui diagnosticada con hipogalactia, que significa que efectivamente no producía suficiente leche para ella (esto me lo diagnosticó mi ahora pediatra, quien es una asesora de lactancia certificada IBCLC) es decir, no era choro. Sí, yo resulté ser de ése minimísimo porcentaje de mujeres que EN REALIDAD no producen suficiente leche.

Aún así intenté con todo: sonda directa del biberón, la cual introduje junto con el pezón en la boca de mi bebé por casi dos meses; pegármela toda la noche; darle cada media hora…y sí, lo logramos. Al día de hoy mi hija sólo toma pecho, pero nos llevó más de 7 meses llegar a este punto.

En fin, este post no es para convertirme en la heroína de la lactancia materna, sino para exponer algunos puntos basados en mi experiencia a quienes desean lactar y se sienten frustradas, llenas de “consejos” o bien, a quienes quieren, pero están a punto de tirar la toalla:

  •  Lo principal es el respeto a tu decisión: sí, la lactancia es increíble y no sólo eso, tiene innumerables beneficios para ti y para tu bebé, sin embargo, si tú decides alimentarlo(a) con fórmula por la razón que sea, ni Dios Padre tiene derecho a debatirte. Punto. 
  • Si lo quieres intentar (o perseverar en ello), te puedo animar diciéndote que en México, el promedio de lactancia materna exclusiva durante seis meses es sólo del 14.4%, según datos de la UNICEF.
  • Una vez que le agarras la onda, lactar es fácil, práctico y barato: no llevas ni lavas biberones, le das de comer a tu bebé donde sea y la temperatura de tu leche siempre es la ideal, y por supuesto, no gastas en fórmula ni en mamilas, lo cual al menos para mi familia, ha contribuido a un considerable ahorro.
  •  En mi experiencia, la lactancia ha protegido a mi beba en cuestión de enfermedades. Le han dado dos gripes solamente, de las cuales se ha recuperado en muy pocos días. Y eso que vaya que hemos viajado con ella; se ha enfrentado a múltiples ambientes, personas, temperaturas, ha salido del país y ella como un roble.
  •  La lactancia ayuda a consolarlos cuando les duele algo, cuando están de malas o cansados, cuando se caen, cuando tienen miedo y sí, claro, también ayuda a quitarles el hambre.
  •  Favorece el vínculo afectivo: no puedo explicarte de qué forma nos conectamos ella y yo, cómo el momento de darle mi pecho es tan especial y tan de nosotras. Es algo que nadie más puede hacer por y con tu bebé. Momento mágico.




Pues sí, si lo estás pensando y te late lactar (o seguir) puedo decirte que tal vez no sea fácil, pero, al menos desde mi limitado punto de vista, puedo compartirte que vale la pena cada gota de leche que llegue a tu bebé. Por él o ella, por ti, por ambos.